Dentro del sector se habla siempre con mayor fuerza de un problema de conexión de las ofertas laborales actuales, con las nuevas generaciones de profesionales que “hablan otro lenguaje” y defienden otra mentalidad del trabajo. Directores/as generales de varias ONG e instituciones punteras del sector de Italia y algunas delegaciones de España, reunidas en Roma a finales de junio, han discutido sobre un aumento preocupante del turn over entre los perfiles junior y sobre la dificultad en conectar con quienes hoy se asoman al mercado laboral del tercer sector. Las ONG hoy están obligada a trabajar en los que en inglés de se define como Employer Branding (marca de empleador) para lograr convencer a las nuevas generaciones, así como lo hacen con los donantes que financian sus proyectos, que su misión, su labor y su impacto, merecen la pena. Un cambio importante de perspectiva, para un sector acostumbrado a ser visto como el espacio natural de quienes quieren construir otro mundo posible, o por lo menos intentar mejorar la casa común. Estamos hablando de una nueva narrativa laboral que se escapa de lo que fue el motor de la generación de los baby boomers (1946 – 1964) y posiblemente también de la generación X (1965 – 1980). Si en la segunda mitad siglo XX, en un mundo occidental influenciado por la cultura capitalista estadounidense, fue dominante el mantra “el tiempo es dinero”, ahora en el mismo espacio cultural-geográfico, estamos asistiendo a un cambio de paradigma que sacude el mercado laboral. Algunos millenials (1981-1996) pero, sobre todo la generación Z (1997 – 2012), viene sosteniendo con fuerza que “EL TIEMPO ES EL DINERO”, poniendo al centro del debate la necesidad del derecho al ocio (vivir plenamente las distintas dimensiones de la vida) y de un equilibrio vital que preserve la salud mental. Trabajar si, pero en condiciones adecuadas que permitan el florecer de todos los otros aspectos de la vida, aspectos que hacen que la misma sea digna de ser llamada tal. Quedan atrás el estajanovismo, la ambición desmedida de carrera, la necesidad de ser y sentirse productivo a toda costa, en pro de una dimensión en la que la definición de un buen trabajo pasa por el tiempo que el mismo te deja para desarrollarte como persona y gozar de la vida. Los conceptos latinos de Tempus Fugit y Carpe Diem, han sido reinterpretados por los centenials (otro nombre de la generación Z), fuera de una dimensión mercantilista, asumiendo un peso definido por la impermanencia del presente y la incertidumbre del futuro. Dentro de un contesto de eco-ansiedad y de una generación que como indican los principales índices sociales, será la primera en tener menor capacidad económica que la generación anterior, los jóvenes nos interpelan, pidiéndonos un espacio laboral que encuentre sus reivindicaciones. Y es así como, el tercer sector, los elementos contractuales que antes formaban parte del “Nice to have”, pasan a ser elementos de base, a ser derechos no negociables, para que los centenials acepten un trabajo en el sector (y se queden más de seis meses o un año). No solo una cantidad de dinero digna, que permita salir de una pobreza de facto (determinada por una subida de los costos de la vivienda y de los bienes de primera necesidad), sino un contexto de trabajo en el que ser y sentirse parte, donde se escuche y se dialogue, donde haya posibilidad de cuestionar un sistema que se percibe como injusto. Un sistema injusto en el que se pide a los centenials de dominar dos o tres idiomas, tener una carrera, un master (y mejor si alguna experiencia internacional), para poder encontrar su primer trabajo a menudo mal pagado, en un tercer sector siempre más profesionalizado y exigente. A esto se añaden una normalización de las prácticas no remuneradas y ambientes laborales donde “echar horas extra” se ha vuelto una constante y no una excepción. Y no se trata de falta de motivación o de vocación, porqué si algo nos demuestran los centenials es precisamente su atención a los problemas sociales y ambientales, también fuera de las redes sociales y de la virtualidad. Se trata de saber interceptar este deseo de ser parte del cambio, de poder tener voz y voto, de sentirse con capacidad de generar impacto, de liderar proyecto sin por esto tener que renunciar a otras dimensiones de la vida.
Quien se empeña en ver a los y las jóvenes solo como personas que viven en la inmediatez, dentro de una burbuja de yoismo, con crisis de ansiedad e intolerancia a la frustración, esta tapando el sol con un dedo. Lo que tenemos en frente es un cambio de época y no una época de cambio: una nueva época en la que las reivindicaciones de las nuevas generaciones (considerando que millenials y Z ya son la mitad de la población mundial) están haciendo mella en las viejas generaciones que en algunos casos están llegando a repensar sus paradigmas de trabajo y su narrativa laboral, superando patrones de interpretación del trabajo que ya están siendo reemplazados y superados. El significado de palabras y conceptos como éxito, productividad, ocio, salud mental, tiempo y ambición de carrera, están cambiando muy rápidamente, y quienes formamos parte del tercer sector deberíamos quizás acompañar este cambio que promete ser revolucionario y no cerrar los ojos antes este nuevo escenario.
Diego Battistessa
Docente e investigador de la Universidad Carlos III de Madrid, especializado en Derechos Humanos y Cooperación Internacional. Coordinador del Máster en Acción Solidaria Internacional y de Inclusión Social – UC3M
Marco Crescenzi
Presidente y Fundador de Social Change School y coordinador de la red de dirigentes italianos del tercer sector, Leaders4Future