Fernanda Papa es una especialista brasileña en políticas públicas y defensora de los derechos humanos, con experiencia en la promoción de los derechos de las mujeres y los jóvenes en Brasil. Trabajó en ONU Mujeres liderando la agenda para promover la Democracia Paritaria, abordar la violencia política contra las mujeres y apoyar a las Defensoras de los Derechos Humanos. Anteriormente, trabajó para Oxfam Brasil y el Gobierno Federal, donde dirigió la iniciativa nacional para prevenir la violencia letal contra la juventud negra, y la red nacional para ayudar a las mujeres en situación de violencia y hacer frente a la trata de mujeres.
Fernanda es licenciada en Periodismo por la Universidad Católica de São Paulo, tiene un posgrado en Periodismo Internacional por la misma universidad, un máster en Administración Pública y Gobierno por la Fundação Getúlio Vargas y otro en Administración Pública por la Harvard Kennedy School.
¿Cuáles cree que son los retos actuales del sector de la cooperación?
Además de las cuestiones más generales de la reducción de espacios para la sociedad civil, la creciente vigilancia por parte del Estado y la reacción cultural que socava las políticas basadas en los derechos y los valores democráticos, me interesa debatir y aprender más sobre cómo las ONGI están dispuestas a redefinir su existencia estratégica para apoyar el liderazgo de quienes durante mucho tiempo estuvieron al margen. Puede que la crítica sobre los nuevos colonizadores no sea del todo justa. Pero, ¿qué podemos aprender de ellas? ¿Hasta qué punto están dispuestas las ONGI a renunciar a los privilegios de los blancos en los puestos de poder y promover el liderazgo de rostros negros e indígenas? ¿Hay que tener en cuenta algún reto generacional? Compartir el poder internamente y apoyar procesos y personas para cambiar el poder externamente son retos que veo actualmente.
La experiencia técnica acumulada durante décadas podría servir mejor a las organizaciones, grupos y redes más pequeños que pueden hacerse más fuertes para presionar y exigir al Estado. En las sociedades que «de alguna manera odian», ¿en qué medida las ONGI están proporcionando espacios seguros, intercambiando conocimientos y otros recursos para fortalecer a las organizaciones asociadas? A nivel interno, hablando de salud mental, ¿por qué la gente se pone enferma, no está dispuesta a cambiar de la distancia a la oficina, no ve que las formas de trabajar coincidan con los principios de las organizaciones sobre igualdad de género, amabilidad y solidaridad? Devolver la alegría parece ser un problema.
¿Cómo considera que hay que afrontarlos?
Yo siempre devolvería la alegría a los jóvenes y a los sabios. Y desearía tener 20 años menos para aportar una mirada más fresca a este ejercicio de reflexión sectorial. Hay mucho en juego. ¿Es posible un Buen Vivir no extractivo, descolonial, participativo y solidario? Una vez más, me resuenan las preguntas de qué es lo nuevo que hay que aprender, qué hay que dejar ir y qué hay que conservar en los valores que las ONGI aportan al sistema.
Creo que las ONGI podrían estar más abiertas a la forma en que los jóvenes elaboran estrategias, actúan y se mantienen a salvo en el mundo digital y fuera de él. Hacer un mejor uso de la IA, por ejemplo, para leer las redes, detectar qué voces están siendo más escuchadas -por quién y diciendo qué- para producir narrativas más fuertes para disputar este terreno.
Y yendo más allá, offline a la otra vida real. Incluida la relación con los donantes, que debe ser cada vez más diversificada. Estar al servicio para potenciar lo que ya hacen las organizaciones socias. Caminar con ellas. ¿Qué desean que hagan las ONGI? ¿Es posible la planificación conjunta? ¿»INGOrçamento participativo»? Parece que el formato de los Fondos, que llegan a más organizaciones y grupos, podría beneficiar a nuevas estructuras posibles para las OING, o al menos para algunas de ellas. Deberíamos dejar más tiempo para plantear este tipo de «inquietudes» y airearlas juntos.
